27.6.09

New York City

Noviembre 2004

Mi hermana, Vilaltrons y yo.

Por aquella época no solo no tenía cámara de fotos, sino que tampoco tomaba apuntes del viaje... así que mis recuerdos se mezclan y seguro que se me olvidan cosas. Por suerte mi hermana sí hizo algunas fotos, he aquí una pequeña muestra.

Tres meses se quedaron ellos, pues Vilalta estudió con algunos de los mejores percusionistas del lugar, pero fueron solo tres las semanas que permanecí yo allí. Me hubiera gustado ver algo más que New York... quizá ir a Washington... pero sin planificación, ni mucho dinero... la verdá es que con tres semanas no llegué a aburrirme de esa ciudad que en realidad es como cinco ciudades.

Nosotros vivíamos aquí, en la calle que se ve en la foto, en mitad de Brooklyn, en una zona con bastantes latinos... Ibamos a comprar a un supermercado de propietários mejicanos, así que cada mañana daba los buenos días y pagaba el pan en castellano. Inocente de mí, que pensaba que iva a practicar inglés cada día... Era un barrio más o menos tranquilo, con amplias calles y avenidas... y tienduchas de planta baja con carteles viejunos... todo parecía sacado de una peli de Hollywood.

Hay numerosas formas de ir de Brooklyn a Manhattan: tren, metro, metro express, barco, coche, bus, andando, bicicleta... lo que se te ocurra vamos... Hay tuneles subterráneos que pasan por debajo del mar así como multitud de puentes... ¡y menudos puentes! Por el de la foto, creo recordar que es el Manhattan Bridge, pasan metros, coches, peatones y ciclistas. Lo que se observa al fondo son los grandes rascacielos del distrito financiero, en el Manhattan Downtown.

En Brooklyn dormíamos, cocinábamos, ibamos a hacer la compra, a visitar parques, e incluso un día nos acercamos a la zona de Coney Island... con un impresionante parque de atracciones abandonado, unas playas tan solo frecuentadas por gaviotas (notoriamente distintas a las de aquí), y unos muelles de madera destartalados dónde solo algunos personajes esperaban sentados, al lado de sus cañas, a que picara algún pez.

Pero Manhattan era dónde realmente uno disfrutaba, que si el Empire State Building y sus vistas, que si Brodway Avenue (foto) y sus luces y carteles, que si Chinatown, Little Italy, El Metropolitan Museum of Art, Central Park, Midtown Comics, Harlem... todo enorme e interesante de ver...

En Central Park los contrastes son impresionantes... en el mismo instante había gente practicando patinage sobre hielo en el Ice Ring, con sus guantes y gorros de lana, y un poco más allá, unos jóvenes en bermudas jugando a voley playa... increible. Y es que la mayoría de gente viene a Central Park a hacer deporte (se puede hacer casi de todo, incluido montar a caballo o ir en barco de vela)... o a pasear y, en resumen, relajarse de la gran ciudad. Y aunque es difícil olvidarse de que estás rodeado de esas enormes moles de hormigón y acero, el parque es tan vasto que hay momentos en los que, mirando hacia el horizonte, por encima de las copas de los árboles, no hay nada más que cielo. Los días soleados son espléndidos y la gente se lleva la comida al parque, se sienta en alguna pequeña esplanada repleta de un verdísimo césped y pasan allí el día. Otros habitantes de las esplanadas con césped son los mendigos, que duermen a pleno día con todo de cartones por encima. Lo hacen así porque por la noche el parque está cerrado y pasan constantemente patrullas de policía, además de que la noche debe de ser bastante más peligrosa. Los árboles son frondosos y en sus enormes copas habitan pajaros e incluso ardillas (foto). Es, sin duda, uno de los lugares que más me gustó de la gran ciudad.

Ya faltaba poco para mi vuelo de regreso, y un día me levanto, salgo a la calle y me encuentro con una estampa parecida a la de la foto. ¡Es el día de la maratón de Nueva York! Pasa gente y gente, y otra tanta mirándolos correr. La maratón, como sabéis, es una prueba atlética que consiste en cubrir 42.195m. corriendo a pie. Y la de Nueva York es impresionante, recorre los cinco distritos por los que está formada: Staten Island, Brooklyn, Queens, Bronx, y acaba en Manhattan, como no podía ser de otra forma, en el Central Park.



Dificilmente olvidaré ese día de mi vida... os puede parecer una tontería, pero así fué. Algo ocurrio dentro de mi cabeza y me dije eso de: "ahora o nunca", y lo hice. Me uní al grupo de corredores sin preparación alguna, sin saber a dónde iba, qué me encontraría y lo más importante, si me dirían algo por no llevar dorsal.

Todo fué transcurriendo sin demasiados pormenores, cogí bebidas isotónicas e incluso barritas energéticas gratuítamente en los puntos de havituallamiento sin ningún problema. La gente me animaba, igual que a los demás corredores... algunos me miraban raro... quizá por no llevar dorsal, quizá porque mi indumentaria quizá no era la más adecuada para correr en un caluroso día como aquel, quien sabe. A nuestro paso encontrábamos gente disfrazada, gente que tocaba música (grupos enteros en directo), gente que nos lanzaba confeti... como si eso fuera el carnaval.

De pronto entramos en una zona distinta, las casas se veían más viejas y mujeres, hombres y niños vestían largos y gruesos ropajes mayormente negros, con pintorescos sombreros de ala y bucles en el pelo. Se trata de una comunidad judía... pero que viven como en el siglo pasado... no sé como se les llaman o bajo que palabras se identifican ellos, pero lo importante es que así eran, como un cruce entre una comunidad amish y judía. Me dió la impresión que no solo avanzavamos a través de Nueva York, sinó también del mundo y del tiempo... De allí salimos disparados hacía uno de los puentes que conectan con Manhattan. Ya habían pasado bastantes quilómetros y, sin entreno, empecé a notar el cansancio y hubo una bajada de ritmo. Creo que se trataba del Queensboro Bridge. Se me hizo larguísimo y pesado... aquí no había gente animando, eramos solo los corredores avanzando por asfalto... con las caras enrojecidas por el esfuerzo. Solo se oían los coches que pasaban más allá de la mediana, las pisadas de los corredores y su jadeo. Poco más lejos de la mitad del puente la calzada empezó a bajar, las piernas tenían que ir refrenando el peso del cuerpo y de golpe ¡plas!... apareció la muchedumbre de Manhattan, todos apretados para ver a los corredores. Pero no solo apareció esa novedad, también había vallas y policías controlando que nadie invadiese la carrera. Eso no pasaba en Brooklyn o en Queens, dónde podías entrar y salir sin problemas. ¡Estoy jodido! -pensé.

Ante tal panorama no tenía otra opción que salir de allí como puediese. Por suerte tras unos metros después de la curva tras el puente, ví un pequeño paso entre dos de las vallas, miré de reojo al policia que había al otro lado, y fuí aflojando la marcha y ¡zas!... me salí de la carrera. Que alivio. Las piernas me ardían por el esfuerzo y la falta de costumbre, pero estaba a salvo. Seguí andando para no romper el ritmo en seco y en cuanto encuentré una tienda me metí y consigí fruta y una bebida energética. A unas pocas manzanas me senté en un banco, allí estaba, en mitad de Manhattan, rodeado de enormes rascacielos, comiendome unos plátanos con la cara aún enrrojecida por el esfuerzo. Los transeúntes me observan raro, pero ya me daba todo igual... acababa de hacer algo irrepetible.

No me enrrollo más, recordadme que algún día os cuente la anécdota del rapero que me vendió su CD autoeditado en plena puerta de la Virgin o aquella otra con el macarra hispano que se metió con nosotros y al ver que hablabamos castellano se calló la boca.

jajajaja... ¡Pasadlo bien!

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