19 - 30 Diciembre 2006 (Berlín, Lüneburg, Hamburg, Lübeck)
Día 19 (Berlín): Estoy viviendo y estudiando escultura en Granada, así que salgo desde Málaga rumbo a Berlín. Mis compañeros de viaje en esta ocasión son Miguel (el padre de Nana), Maite, su mujer, Miguelito y Marta, sus dos hijos, Nana y su hermana Leo. 7 en total, contándome a mí. Me han invitado a pasar con ellos las fiestas navideñas en casa de familiares suyos en Alemania, y claro, yo más feliz que un chimpancé borracho. El primer día transcurre lentamente: coche, furgoneta, avión, tren, metro y, por fin, hotel. Estamos llegando al solsticio de invierno en el hemisferio norte, así que los días ahora son extremadamente cortos. Ya acomodados, salimos para cenar en algún lado, la ciudad ya está a oscuras. Encontramos un italiano abierto, nos metemos y cenamos pizzas y demás. Los papas y los niños están cansados así que regresan al hotel, pero a Mariana ya a mí nos entra la vena exploradora y decidimos ir a dar una vuelta. Ella ya ha estado en Berlín una vez, yo nunca. Tras subir un poco la calle del hotel damos con el muro de Berlín… bueno lo que queda de él… una de las partes que aún están en pie. Lo seguimos en la oscuridad, solo suavizada por las mortecinas luces anaranjadas de las escasas farolas, hace algo de frío pero se puede estar en la calle. Bajo nosotros hay adoquines de piedras, parece una estampa de principios de siglo. El pedazo de muro nos conduce hasta Checkpoint Charlie. No nos entretenemos demasiado porque presumimos que ya lo veremos con luz solar en alguno de estos tres días que nos quedan por delante en la ciudad. Andamos avenida arriba y notamos que empieza a hacer realmente frío. Buscamos un bar o cualquier lugar dónde nos podamos reconfortar (y aliviar nuestros intestinos ya de paso), pero parece una ciudad desierta ¡y eso que son como las 7 de la tarde! ¡Y es Berlín! ¿Es que aquí no vive nadie? Justo desearlo con tanto fervor ¡y pam! Ahí aparece un bar abierto… parece un lugar caro, pero no pagaremos solo por la bebida, es una buena inversión. Enfrente de una mesa baja de cristal y en dos butacas un tanto incómodas, pero eso sí, de diseño, nos tomamos un Baileys y un Campari con hielo y charlamos. Estamos expectantes e ilusionados por lo que nos espera estos próximos días. Ya combatido por dentro y por fuera el frío pagamos (menos de lo que nos figurábamos) y seguimos el paseo. Desde allí Nana recuerda la ubicación del Tacheles, un antiguo edificio ocupado donde hoy en día hay un montón de talleres y salas de exposición de distintos artistas. Sin duda una de las cosas que más le gustó y sorprendió en su primer viaje a esta ciudad, en gran parte por su singularidad. Llegamos hasta el lugar y se cierne sobre nosotros un edificio de unas cinco plantas de altura. Su aspecto muestra deterioro, pero las pintadas y los coloridos carteles le confieren un aspecto grotesco y… lo diferencia del resto de edificios circundantes. Entramos dentro pero ya es bastante tarde, como las 8 o así y pocos talleres quedan abiertos. En una de las plantas de más arriba hay una exposición (gratuita) de cuadros de un pintor llamado Alex Rodin. Se trata de cuadros de gran formato pintados con multitud de detalles. Algo futurista, con fondos oscuros y cargados con muchos elementos abstractos algo más coloridos. Bastante lisérgicos. Me gustaron, sinceramente. Cansados, buscamos la boca de metro más cercana y volvemos al hotel.
Día 20 (Berlín): Tenemos el desayuno incluido, así que llenamos los depósitos de buena mañana y ya de paso nos hacemos unos bocadillos para llevar, así medio disimuladamente. Salimos, ataviados con chaquetas, gorros, bufandas y guantes, todos juntos, la expedición al completo, y hacemos un recorrido parecido al de ayer por la noche, primero Muro de Berlín y poco más tarde Checkpoint Charlie. Ahora de día, saco varias instantáneas y regateo con un vendedor de souvenirs por una máscara de gas como las usadas en la segunda guerra mundial. El turco al final cede a vendérmela por 9€ chupando me pedía 18, supongo que algo he aprendido este Mayo en Marruecos. Llegamos a
Entramos en dicha iglesia y es la primera vez que veo calaveras y demás ornamentación macabra en un templo religioso. Salimos de allí y pasamos por Alexander Platz, y casualmente damos con un supermercado de productos asiáticos, ¡genial! podré comprar algunos ingredientes para la comida japonesa que les quiero ofrecer a Ralf y Laura, nuestros anfitriones en Lüneburg de aquí a pocos días. Visitamos algunas tiendas goticosas por la zona de Prenzlauer Berg: Xtrax, y no me acuerdo cual más… Al rato preguntamos por una boca de metro para volver al mercado navideño de enfrente de
Al poco compartimos una crepe de chocolate como postre. Volvemos a andar por la ciudad y antes de ir al hotel vamos al encuentro de los demás, que están cenando en el centro comercial que hay bajo Postdamer Platz. Ya están terminando así que buscamos algo bien de precio para cenar… pero no parece haber nada muy tentador, así que pagamos un precio elevado por unos cuantos sushis que no están mal, pero dejan bastante que desear. Volvemos al hotel y dormimos.
Día 21 (Berlín): Desayunamos, una vez más, como reyes y bocata en mano (bueno, en la mochila) nos encaminamos para visitar la cúpula del Reichstag. El autobús nos deja en la misma puerta. Saboreamos las ventajas de ir con una niña chica en carrito, pues nos saltamos las escalinatas y las colas cuando un guarda de allí nos indica un acceso lateral por un ascensor hasta el interior del edificio. No hay que pagar para ver la cúpula, es total y asombrosamente gratis, así que esperamos al ascensor, nos montamos y unos segundos más tarde ya estamos allí arriba. Todo es de cristal y espejos. Se ve a la gente subir por una rampa en espiral hacia el centro y borde superior de la cúpula. Abajo, y colocados formando un circulo alrededor del centro, hay todo un seguido de imágenes y paneles informativos que te explican la historia del edificio. El lugar es amplio y majestuoso, impresiona estar en una edificación cuyas enormes paredes son de cristal formando una majestuosa cúpula. Los turistas hacen fotos sin parar. Hay un gran parasol vertical que va desde casi la base hasta la cúspide de la cúpula y que protege el interior de la luz solar, dando vueltas al mismo ritmo que el sol. Las vistas de la ciudad no son esplendorosas, pues no es un edificio muy alto, pero son igualmente sorprendentes. Subimos hasta arriba por la rampa, imitamos a los turistas… a no, que nosotros también lo somos.
Bueno, pues interpretamos bien nuestro papel. Visto todo lo que nos dejan ver, volvemos a la vía pública. Al lado del Reichstag está
Cerca de allí hacemos una parada técnica en un Dunkin’donuts, comer algo, beber e ir al baño. Compradas un par de postales, bordeamos el enorme Tiergarden hasta llegar al museo de arte contemporáneo. Al cual no entramos porque ninguna de las exposiciones interesa demasiado a ninguno de nosotros. Eso sí, las esculturas que hay por fuera son geniales y les sacamos algunas fotos. Henry Moore, Alexander Calder… Es curioso que el museo tenga las paredes de cristal, puedes ver parte de la obra sin entrar, aunque imagino que no les gustará demasiado a los guardias jurados que te quedes como un pasmarote a un palmo del cristal. El archivo-museo de
El grupo se separa y Nana, Leo y yo nos vamos por nuestro lado. Callejeamos, vemos tiendas, nos hacemos fotos con figuras de “osos berlineses” (cuyos comercios pintan a su antojo formando así una horda de osos de los cuales ninguno es igual a otro), y llegamos a
Justo a los pies de todo el conjunto arquitectónico hay un mercado navideño, allí hacemos (como no podía ser de otra forma) el turista: observamos atontados como preparan el glühwein en una especie de caldero-alambique gigante, y finalmente nos tomamos una taza da cacao caliente en una paradita con mesas interiores, su calefacción y tal. Las tazas son en forma de bota de Papá Noel. De ahí nos vamos a la zona de Ku’damm, dónde, mientras Leo se mira ropa en un H&M, Nana y yo nos metemos en un Sex-Shop enorme, dónde hay de todo. Algo más tarde nos reencontramos con los demás en Alexander Platz, bajo el pirulí de televisión. Buscamos algún restaurante cercano que nos ofrezca algo consistente después de todo el día gastando calorías por el frío y la caminata. Acabamos, una vez más, en un italiano. Todo muy coqueto y bien presentado, algo recargado para mi gusto, pero correcto con la comida. La tropa se va a descansar al hotel y Nana y yo nos escapamos a ver que se cuece en la noche berlinesa. Estamos interesados en conocer los pubs “góticos”, pues sabemos que en Alemania hay, por lo menos, algo más de afición que en España. Pero la verdad es que al entrar en el Last Catedral (pub goticazo berlinés por excelencia) nos llevamos una pequeña decepción. Sí, es cierto, estamos entre semana y es algo pronto, quizá esa sea la razón por la que esto está prácticamente desierto. Pero por lo demás todo genial. Una decoración cuidada y acojonante, una buena carta de bebidas… precios no demasiado abusivos… Charlamos sentados en nuestra mesa de madera y decimos tonterías embriagados más por la emoción del viaje y las nuevas experiencias que por el alcohol. Ha sido curioso como, al entrar al local, el puerta ha observado, detenidamente y con linterna, el motivo bordado que llevo en mi abrigo… al Finn de vislumbrar si era algún símbolo tribal u ofensivo. “Solo se trata de un sol y unas nubes, flipado! ¿Es que no lo ves?” -pensé. Un escudo de familia japonés que me elaboró y cosió Nana a modo de parche, algo a lo que le tengo mucho aprecio.
Día 22 (Berlín y Lüneburg): Esta tarde sale nuestro tren rumbo a Lüneburg y los mayores (y los niños por ende) deciden tomarse la mañana con calma y preparar sus maletas. Leo, Nana y yo queremos exprimir al máximo nuestro tiempo en esta ciudad que de momento nos ha fascinado. Así que rápidamente decidimos hacer una última incursión, ahora diurna, al Tacheles. Lo más singular que hemos saboreado aquí y que Leo aún no ha visto. Esta vez podemos entretenernos en el patio de atrás. Está lleno de objetos curiosos, cosas recuperadas (o no) de la basura conjugadas mediante soldadura u otros sistemas de unión, otorgándoles así nuevos y originales usos. Un seguido de esqueletos de cuerdas de piano formando una valla, toldos hechos con pancartas de cine, un asiento de coche sobre muelles a modo de columpio, unas grandes planchas de metal soldadas formando gigantescas letras, distintas esculturas en metal: una robota-cigarrera, una especie de avestruz, un pájaro de largas plumas y pico, un pez-tubo de escape, etc. etc. etc. Dentro todo está lleno de pintadas y podemos ver que hay salas dedicadas a Teatro y a Cine, además de varios locales de copas y salas varias.
Por mala suerte, todo cerrado. Volvemos al hotel, cogemos nuestro equipaje y de vuelta al bus urbano para ir a la estación de Hauptbahnhof y allí coger 2 trenes hasta llegar a Lüneburg. Ya en la pequeña ciudad norteña Ralf nos pasa a recoger por la estación con una furgoneta que ha alquilado para estos días. Cargados equipajes y personal, llegamos a la casa dónde nos esperan Laura y su hijo Simon. Lo primero es sacarse los zapatos de la calle y ponerse unas cómodas zapatillas, después nos enseñan la casa y nos muestran dónde dormiremos. Son tan hospitalarios conmigo como con sus familiares a los que ya conocen. Me siento acogido y con ganas y energías de demostrar toda mi gratitud. Ayudo en lo que puedo y asimilo rápido las costumbres y normas de la casa. Esa noche todos nos conocemos un poquito y los mayores nos muestran como piensan organizar los días que tenemos por delante. Somos un montón, así que no viene mal un poco de planificación y un poco de hablar las cosas si realmente todos queremos disfrutar de todos, de visitar cosas y pasar una navidad relajada y fecunda. Dormimos como lirones, Nana, Leo y yo en la misma habitación.
Día 23 (Lüneburg): El día amanece como casi todos los que le preceden, nublado y frío, sin rastro del sol por ningún lado. Pero hoy tiene ese tono blanco-grisáceo que anuncia que va a nevar.
Tras desayunar ayudo a Ralf a cortar leña en el patio que hay detrás de la casa adosada. Bueno, más que leña, maderas de palés viejos y/o rotos. Los despedazamos con la sierra mecánica, uno aguanta y el otro corta. Ralf habla bastante español, pues su mujer, Laura, aparte de ser la hermana de Maite, es española. Me cuenta que cada año compra un camión lleno, por poquito dinero. Dice que no es la mejor madera para quemar en la chimenea, pero prende rápido y así otros troncos de combustión más lenta pueden encenderse más fácilmente. O también sirven para fuegos que vayan a durar poquito tiempo encendidos. Entre nosotros se crea ese compañerismo propio del que comparte una labor, se ayuda y se empatiza con el otro. Él tiene el típico perfil alemán: alto, corpulento, de pelo y ojos claros, templado temperamento y nunca una palabra de más. Pero también abierto, afable y sonriente.
Después nos acercamos al centro del pueblo con un autobús urbano (la casa está en un poco a las afueras). Lüneburg se presenta mucho más típica que la reciente Berlín. Sus casas de ladrillo rojo son bajas, tres o cuatro plantas máximo. Con fachadas típicas con volutas y ornamentaciones, muchas ventanas y comercios en la parte de abajo. La mayoría de calles tienen adoquines de piedra y las grandes acumulaciones de bicicletas delatan su personalidad centroeuropea. Algunos carruajes tirados por caballos recorren las callejuelas del casco antiguo. Salpicadas en estas fechas, y desde hace casi un mes, por las típicas paraditas de los Weihnachtsmarkt. Unas casitas de madera con lucecitas donde puedes comer, beber, comprar ornamentos para la casa y demás.
En la plaza principal del pueblo, la del mercado, enfrente (como no) del ayuntamiento, es dónde más casetas navideñas y gente hay. Allí nos probamos por primera vez las currywurst mit pommes frites, que no es otra cosa que salchicha con Ketchup y curry con patatas fritas. Como no había mesas libres un pequeño container nos sirve para apoyar lo que no nos cabe en las manos. Memorable la cara que puso el padre de Nana al ver lo que estábamos usando a modo de mesa. La verdad es que muy higiénico no era, pero creedme, los contenedores de Alemania seguro que no están como los de España. Unas risas más tarde Ralf y Laura nos dan a probar glühwein caliente. Y la verdad es que no me convence nada. Se trata de un vino especiado y azucarado, servido caliente. Es lo que todos toman por estas fechas… para quitar el frío según dicen ellos. Ralf nos aclara que no gusta a demasiada gente, pero como es costumbre, pues lo beben. Aparte de las casetas navideñas también hay a lo largo y ancho del centro unas vitrinas que contienen la escenificación con muñecos de algunos de los pasajes de los cuentos infantiles más conocidos. Si le das a un botón del marco del escaparate se activa la luz, algún sistema mecánico que mueve alguna de las figuras, en plan autómata, y una voz profunda empieza a narrar el cuento. Las siete cabritas, los tres cerditos, caperucita… los clásicos.
No tardamos mucho en volver a casa y allí Ralf nos obsequia con una sopa típica alemana, hecha con distintos tubérculos, incluida la remolacha, y con una crema de leche/yogurt por encima de forma opcional.
Día 24, Nochebuena (Lüneburg): Después de todos estos días tan atareados, cogiendo transportes, visitando ciudades, asimilando cosas nuevas y demás, necesitamos un día como el de hoy, donde sencillamente nos quedaremos en casa, celebrando
Una vez cortado, se le quitan las posibles partes “feas” y se ancla en un tiesto, con piedras abajo y tierra por encima. Ralf me muestra una planta que da kiwis, es muy graciosa, tiene todo el tallo lleno de pelillos, de idéntico color y forma que los que tiene el fruto. Más curioso todavía como no se le ha muerto la planta… de origen climático totalmente distinto al presente.
Mientras estamos en el patio el vecino le entrega a Ralf un cesto de mimbre lleno de troncos gruesos de alguna madera buena y le desea una cálida Nochebuena. Se perciben las buenas maneras, el respeto y las ganas de establecer buenas relaciones entre vecinos.
Los niños, Miguelito, Marta y Simon pintan con rotuladores las estrellas, lunas, angelitos y demás que Nana, Leo y yo les cortamos. Se pelean por un avión de cartón que tiene Miguelito y decido hacerles uno a cada uno… es un cartón más feo y peor cortado, pero este avión pueden colorearlo a su gusto y pronto se olvidan de la disputa por aquél primero. Las mamás y hermanas, Maite y Laura, llevan todo el día preparando la cena de Navidad, así que la comida es algo ligera, porque cenaremos pronto y abundante. Casi después de comer salimos a buscar a Papá Noel por los alrededores. En ese espacio de tiempo se suelen colocar los regalos bajo el árbol. Las dos mujeres siguen con sus labores de cocina y salimos todos los demás.
Una buena ocasión para conocer las proximidades, echar unas fotos... Ralf nos cuenta que años atrás estas eran las casas de los obreros, donde en cada caserón vivían 3 o 4 familias y a todas les daban, además de un patio, una pequeña porción de terreno para cultivar o lo que quisieran. Dicha porción de tierra estaba junto a las de todos los demás, en uno de los laterales de la “urbanización”, si es que así se la puede llamar. Hoy en día, la mayoría de caserones habían pasado a ser casas adosadas donde vivían dos familias, separando el patio con una valla. Pero ya no tenían la potestad de la otra porción de tierra, pues el propietario podía venderla por separado a quien quisiese. Así encontramos que gente de la ciudad tiene su pequeña parcela de tierra, otros que instan una caseta de madera y vivien allí, etc. Ralf nos cuenta también que, al contrario de lo que se pudiese pensar, la vivienda está más barata que en según que parte de España. Por ejemplo una casa de dos plantas con jardín, aquí, en esta misma urbanización cerca de Lüneburg, cuesta alrededor de 16 millones de las antiguas pesetas.
Al oscurecer, alrededor de las 4, ya estamos de vuelta a la casa. Decoramos el árbol con los ornamentos que hemos confeccionado con los niños esta mañana y le ponemos también lucecitas amarillas.
Son las 5:00 en punto y se oye una campanilla en el pasillo de entrada. ¡Resulta ser Papa Noel que trae los regalos a los niños! Deja su saco de regalos a un lado y se sienta en una silla de la cocina-comedor. Todos lo observamos expectantes, sentados o de pié, en semicírculo, alrededor y enfrente suya. Los tres niños se lo miran sorprendidos. Para sopresa de todos, sobretodo de Simon que acabó llorando por ello, Papá Noël habla en castellano. Lleva escrito en una libreta los nombres de los niños, dice algunas frases, les entrega los regalos y sale rápidamente de la casa, pues aún le queda mucho trabajo en esta noche. Los niños disfrutan de sus nuevos juguetes y los padres con la ilusión de sus hijos. Los adultos intercambiamos regalos. El mío es este viaje y la entrada para mañana al centro termal que hay en Lüneburg, dónde iremos todos juntos a pasar el día. También una taza del mercado navideño, negra con el nombre de la ciudad en dorado y unos copos de nieve, ¡me gusta mucho! Y finalmente una bolsita de tela con estampado de cuadros blancos y azules con mi nombre bordado, ¡genial para llevar el bocata! ¡Y encima con chocolates dentro! Toma ya!
Cenamos y hacemos larga sobremesa. Ralf nos enseña a jugar al Kniffel, un juego de dados dónde tienes que conseguir distintos tipos de combinaciones de dados para ir sumando puntos, el que sume más puntos gana la partida. Hay afición y le pillamos gustillo al juego, (tanto que años después nos compramos uno). Nos dan las tantas mientras la chimenea chisporrotea y acaba de consumir las últimas brasas, incluido alguno de los troncos macizos de combustión lenta que nos regaló esta mañana el vecino.
Día 25, Navidad (Lüneburg): Salimos pronto con la furgoneta alquilada hacia el centro termal Salü. Nos dan unas tarjetas para acceder a los cambiadores y demás. Nos ponemos rápidamente el bañador, dejamos nuestras cosas en una taquilla y entramos a la zona de piscinas sólo con las chanclas, el bañador y una toalla. Hay una gran piscina con oleaje, algunos jacuzzis de agua caliente y burbujas, alguna piscina de agua fría, una zona para que jueguen los niños, un tobogán cubierto y finalmente la piscina principal, que con el agua a temperatura media sale y entra del recinto por dos lugares distintos. Así uno puede meterse en el agua y “nadar” hasta la parte exterior, dónde se experimenta el contraste entre el aire frío del invierno y el agua templada. También en esta enorme piscina, que recuerda vagamente a una “O”, hay chorros de agua y pequeños surtidores que hacen salpicar el agua y bajo los que puedes masajearte el cuello, el trapecio y los hombros. Hacemos una pausa para comer un bocata y una fruta. Nos juntamos en la zona de tumbonas, nos contamos lo que hemos hecho y visto. Esperamos un poco antes de volver a meternos en el agua. Ahora nos da por el tobogán y nos tiramos también con los niños chicos. Pasan las horas y finalmente, de jugar todo el día en el agua me abre un apetito voraz así que me pido una currywurst mit pommes en el bar-restaurante que hay allí mismo, a pie de piscina. Finalmente nos secamos, recogemos las cosas y volvemos relajados y con ese característico cansancio propio de un día de baños. Hoy me toca a mí acostar a los niños, tienen que lavarse los dientes, hacer pipí y luego les leo un libro recreándome e interpretando lo que sucede en la historia, como a ellos les gusta. Son tres durmiendo en la misma habitación y uno a otro se animan para no rendirse al sueño, pero esta noche resulta fácil hacer que se duerman pues están muy cansados.
Día 26 (Lüneburg): Hoy vendrá a comer la familia de Ralf y Laura y Maite se quedan preparando la comida mientras los demás nos vamos a dar un paseo por las cercanías. Paramos a jugar en los columpios. Hay unos árboles enormes por encima de nuestras cabezas. Ahora la mayoría de sus hojas descansan en el suelo… dónde los niños y los grandes correteamos y reímos. Hoy ha amanecido soleado. ¡Increíble! Aunque es un sol discreto que apenas calienta ni tampoco da mucha luz. Aún así se respira mejor con el cielo descapotado. La estampa es muy bonita y el aire es fresco y limpio. Me encanta la paz que se respira en este lugar.
Volvemos a la casa y compartimos una comida típica con 3 de los miembros de la familia de Ralf, su hermano, su Padre, la mujer de éste. No hay mucha conversación en la mesa, pues ni nosotros sabemos alemán ni ellos castellano, pero disfruto del momento y de la comida, no siempre se necesitan palabras para comunicarse.
Tras comer nos adelantamos con Nana a Lüneburg, donde más tarde nos encontraremos con los demás. No tenemos rumbo fijo y dejamos que la ciudad se muestre por sí sola, un método que siempre me ha gustado y me ha funcionado. Nos metemos allí dónde nos dejan y curioseamos como los turistas que somos. Hacemos fotos y visitamos iglesias. La mayoría de comercios están cerrados. Nos sorprendemos con los efectos que provocan las vigas de madera en las casas más antigüas, pues éstas difícilmente se rompen, pero si se tuercen o se comban. Otorgándole así unas curiosas inclinaciones al edificio… un tanto surrealistas, como los relojes blandos de Dalí. En Alemania hay pocas ciudades que no fueran bombardeadas o destruidas en la segunda guerra mundial. Esas pocas se enorgullecen de su antigüedad y suelen ser las más visitadas por los propios alemanes, Lüneburg entre ellas. Nos encontramos con los demás y volvemos a casa. Cena, Kniffel y cama.
Día 27 (Hamburgo): Hoy toca excursión a Hamburgo, ciudad principal del noroeste de Alemania y una de las más pobladas de dicho país. Aquí trabajan Ralf y Laura, excepto cuando están de vacaciones como ahora, claro. El trayecto en tren es corto, una media horita. Visitamos el ayuntamiento, que es uno de los elementos más destacados de la ciudad. En su plaza interior hay una gran fuente de bronce con personajes mitológicos representados. Entre otros un fauno con cuernos y pezuñas de carnero, una flauta de pan y una caracola, está magnificamente representado.
Comemos de bocata en la calle y nos dirigimos al puerto, quizá la zona más importante de Hamburgo, dónde están todas las industrias y dónde trabaja la mayoría de la población de la ciudad. El mar llega a Hamburgo por algo parecido a un fiordo ancho, con lo que lleva muchos años usándose como puerto comercial gracias a su capacidad defensiva. Al ser tan ancho hay infinidad de astilleros, ¡incluso algunos dónde construyen carcasas de aviones! La vista del puerto es un sinfín de grúas gigantescas a un lado, y al otro una playa desierta con algunas casas y árboles despoblados de hojas. Tal es el tráfico de personas entre el puerto y el resto de la ciudad que las líneas de metro llegan a él y tienen distintas paradas. Me explico, el metro no llega al puerto por debajo del mar ni nada, sino que uno ve en el mapa de metro una línea que al llegar al puerto se transforma pero sigue. En la realidad eso significa que te bajas del metro, subes a la superficie y ahí mismo hay un barco rápido (creo recordar que era un hovercraft) esperando a los pasajeros. Enseñas tu ticket y subes. Son las líneas 61 y 62. Luego hace distintas paradas a lo largo del puerto y te deja en otro lado dónde vuelves a coger el metro. La ventaja de ir con alguien que se conoce la ciudad es poder ver el inmenso puerto de esta forma, pagando tan solo un billete de transporte público y no meterte en una barca para turistas que hace prácticamente el mismo recorrido por cuatro veces ese precio. Desde el barco Laura nos da detalles de las cosas más significativas que vemos. Como el Fischmarkt (la lonja) dónde –nos cuenta- es un espectáculo ver la venta de pescado, pues hay gran cantidad de gente e incluso se ha vuelto costumbre ir allí después de una noche de juerga. Al bajar del barco tiendeamos un poco, compramos alguna postal y volvemos al calor de la casa en Lüneburg.
Día 28 (Lüneburg): Nos levantamos y ¡Sorpresa! Todo nevado. Hoy el planning marca día de relax. Eso quiere decir básicamente que las mujeres se desentienden de la cocina y que cada uno puede hacer lo que más le apetezca. Los niños juegan con la nieve por un rato y luego Laura, Maite, Nana y Leo se van de compras, Miguel se queda con sus dos hijos en casa y yo acompaño a Ralf y a Simon al bosque. Un bosque pequeño, cerca de casa. No ha nevado tanto como para que todo esté blanco blanco, pero es bonito ir por el bosque y ver esa fina capa pálida por todos lados.
Volvemos y yo preparo la comida. Comida japonesa, Okonomiyaki, Maki zushi, Sopa de Shitake y rollos de torta de arroz, rellenas de garbanzo y lechuga. Para los niños un sushi especial hecho con alga nori, arroz blanco salchicha y Ketchup. Me siento bastante contento por el trabajo realizado y todos quedan más o menos satisfechos por la comida. Yo la encuentro mejorable, pero bien, espero que hayan disfrutado de nuevos sabores. Al terminar Ralf nos ofrece un chupito de Sake. Auténtico de Japón, uno de los mejores Sakes que se producen, se lo trajo un amigo suyo después de un viaje al país del sol naciente. La tarde transcurre tranquila, jugamos con los niños y después de cenar, para no perder la costumbre, partida de Kniffel.
Día 29 (Lübeck): Hoy es el penúltimo día de mi viaje. Desayunamos tostadas con mantequilla y mermelada como hemos hecho casi todos estos días. ¡Se necesitan calorías para combatir el frío! Y nos dirigimos a la estación de tren y nos vamos a Lübeck, a unos cien quilómetros de Lüneburg. Se trata de una impresionante ciudad que todavía conserva gran parte de su identidad medieval. El casco antiguo és un islote rodeado por el agua de dos ríos, el Trave y el Wakenitz, y aún conserva algunos de los elementos defensivos de la antigua muralla interior y exterior, todo hecho con el caracterísitco ladrillo rojo del gótico. Por ello Lübeck está considerada Patrimonio de la Humanidad.
Nada más llegar, y como carta de presentación, nos encontramos la Holsteintor. La puerta principal de la ya inexistente muralla exterior. Lo primero que llama la atención, además de sus largos picos negros, como si del castillo de un malvado de alguna película de Disney se tratase, es la inclinación sobre sí misma. Como ya vimos en Lüneburg, la combinación de ladrillo rojo, vigas de madera y muchos años hace que las construcciones cedan poco a poco a la torsión e inclinación. Esta vez, más que un reloj blando de Dalí, la puerta parece un castillo hinchable al que le falta un poco de aire. Pero eso solo por su inclinación, porque la verdá es que se revela pesado y denso, casi como si las torres fueran macizas y no huecas como realmente són. Conforme te vas acercando a ella desaparece esa primera impresión ilusoria y ridicula y te das cuenta de que es un edificio gande, enorme e implacable, pero inequívocamente torcido.
Una vez pasada la puerta, un puente cruza el río y finalmente estás dentro de lo que era la ciudad antigua. Edificios historicos cada cuatro pasos, callejuelas, tiendecitas, muchos turistas, nada que no quepa esperar… Pero pronto topamos con un museo de marionetas, y aunque algunos de los muñecos nos miran desde las ventanas y eso da un poco de “yuyu”, tiene muy buena pinta. Ahora está cerrado, pero volveremos por la tarde, a ver si hay suerte.
Visitamos las plazas principales, el excéntrico Rathaus (ayuntamiento) hecho con ladrillo negro y ornamentos dorados, el mercado, la iglesia Marienkirche (de Santa María), etc... En dicho templo había también gran cantidad de elementos macabros: esculturas en piedra representando calaveras, vidrieras con esqueletos porteadores de guadañas que se llevan a los vivos, ... Y afuera de la iglesia, sentado en una enorme piedra, un pequeño y regordete diablillo de bronce. Cuenta la leyenda que andaba el gamberro del diablo rompiendo cosas e intrentó golpear el sagrado templo con el enorme bloque de piedra, por obra de Dios, éste resistió el impacto y allí quedó tendida la piedra, con el zarpazo (aún visible) del diablo en ella.
Otra de las cosas que visitamos sin demora en esta ciudad es la tienda de Niederegger. Una pastelería cuyos mazapanes són famosos en todo el país y parte del extranjero. Funciona desde hace más de dos siglos y tiene inumerables variedades de mazapanes y coberturas. Son, sinceramente, los más buenos que he probado en toda mi vida. Sin dudarlo, al igual que todos, compro un par para llevar a mi família. Finalmente, y mientras los demás acaban de dar una vuelta por la ciudad, ahora ya solo iluminada por las farolas, Nana y yo volvemos al museo de marionetas ¡Y está abierto! Pagamos nuestra entrada de estudiante, 2’50€, y visitamos una de las colecciones de marionetas más grande, interesante y ecléctica del mundo. Eso quiere decir que no solo tienen infinidad de marionetas de todas las épocas, sino también de todo el mundo: Africa, Asia, Europa… Todo ello repartido en varias plantas y dividido por salas. En Granada, estudiando lo de escultura, he realizado algunos proyectos realcionados con los títeres y cabezudos, así que me coge con toda la información fresca en la cabeza y disfruto a todos los niveles como el que más. Tomo apuntes en un papelote con la ayuda de Nana y grabo en la mente todas las imágenes posibles. El lugar es genial.
Los papelotes que véis son todos los apuntes y documentos (aparte de las fotos) que tengo del viaje, ha sido apartir de ellos que he rememorado y escrito todo este tostón de texto que dudo que alguien, a parte de mí, lea. Queda demostrado que no se necesitan grandes diarios de viaje para mitigar el olvido.
Volvemos a casa en Lüneburg y en el tren recapacito sobre lo vivido en este viaje. Ha sido estupendo, he aprendido mucho y definitivamente Alemania me ha gustado, sus paisajes, sus costumbres, su tranquilidad… Ya en casa Leo, Nana y yo nos ocupamos de cuidar a los niños, pues sus padres hoy salen a cenar y a tomarse algo juntos. Les damos la cena, jugamos con ellos, los preparamos pa ir a la cama y les leo un cuento. Se duermen más o menos rápido, menos Marta, que es un poco pilla y baja las escaleras hasta el comedor, dónde nosotros tres jugamos al Kniffel y a algún otro juego de mesa. Pero finalmente llegan los papás y se duerme.
Día 30 (Lüneburg-Casa): El último día. Mi avión sale pronto así que no solo me queda desayunar bien, terminar la maleta, coger el bus, luego el tren hasta Hamburgo y de allí un autobús al Aeropuerto. Con air Berlín vuelo a Barcelona dónde me recogen mis padres y vuelta a “casa”.
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